DIA DE CLASE
A mi edad, mirar hacia atrás en los años, es muy dificultoso, ya que la memoria juega mala pasadas. Sin embargo algunos recuerdos de mi infancia en la escuela son muy claros. Son como flash nítidos en medio de la oscuridad más negra.
Recuerdo que yo era un retajo que media más o menos un metro, cuando mi madre, allá en mi lejana patria que es Italia, me llevaba a la escuela con mi delantal blanco, la cartera y el tintero.
Si habéis leído bien, el tintero, porque hace más de sesenta años aún se usaba el tintero y la pluma, aunque a los pocos años inventaron el bolígrafo y las manchas y la escritura empezaron a mejorar. Imaginaros una niñita de seis años manejando un botecito de tinta negra y escribir sobre papel la letra con una pluma cuya punta se rompía cada dos por tres. El resultado manos negras y delantal con unas manchas que parecían un mapa.

Era una de la más alta de la clase y tenía que sentarme siempre en los últimos bancos, por lo tanto pensaba, pobre de mí, que podía jugar impunemente sin ser vista por la señorita. Pero siempre me pillaban y como se dice, “hazte la fama…..”, aún cuando no era la que empezaba, el castigo como era lógico iba para mí.
No eran castigos muy severos, me ponían con la cara a la pared o sentada con una silla junta a la maestra así tenía que estar atenta a la explicación que impartían en el momento. Y como eso pasaba a menudo resultaba que, los exámenes, eran muy fáciles para mí.
Pero no creáis que era tan mala, lo que pasaba era que me gustaba jugar, para mí la jornada era un sin fin de juegos alternándose con más juegos. La maestra llamaba a mi madre a menudo, pero la pobre mujer se encogía de los hombros y decía que no podía conmigo ya que nadie podía seguirme en los estudios, ella porque era ignorante y los demás porque estudiaban o trabajaban todo el día. Claro que la buena voluntad tenía que venir de mí, aunque un poco de interés y mano firme la habría necesitado, en vez estaba dejada de la mano de Dios. Por lo tanto, queridos amigos y amigas, no os quejáis si vuestros padres y vuestros tutores son severos, porque lo hacen por vuestro bien.
MARTA FILIPOZZI
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